En nuestra publicación anterior nos remontamos hasta los orígenes de la navegación con el ánimo de descubrir la importancia que ésta ha tenido en el desarrollo de la humanidad. Pero nos encontramos, al mismo tiempo, con una parte de la Historia (la del paradigma del descubrimiento de América) que es una fábula construida a lo largo de los siglos y que acaba sustituyendo a la historia real, la cual resulta ser mucho más interesante. Poco importa si los fenicios llegaron a América o a qué continentes se refería Estrabón cuando hablaba de las dos orillas del Océano. Lo fundamental cuando vemos que la navegación ha estado íntimamente vinculada al ser humano desde que hay registro histórico es darse cuenta de la transformación del mundo que significó conectar las tierras distantes a través del mar. Desde el momento en que el ser humano domina el arte de la navegación, el mapa del mundo se empieza a dibujar mirando al mar. Las rutas marítimas no sólo transportaban (como grandes autopistas) personas a otros mundos, sino también mercancías exóticas, avances tecnológicos, ciencia y arte, filosofías y religiones, y todo lo que nos hace humanos. Hoy los arqueólogos admiten que el hombre navegó usando el remo unos 7.000 años a.C. Y la navegación a vela, que es propiamente la que permite al ser humano emprender cualquier travesía, se remonta al menos al IV milenio a.C.
En esta segunda parte de nuestro recorrido por el mundo de la navegación a vela veremos los siglos de apogeo de los veleros en la eficiencia de sus usos comerciales, migratorios y militares. Van desde la llamada Era de la Navegación a Vela, en el s. XVI, cuando comienza una de las migraciones humanas más importantes de la historia (marcada por grandes esfuerzos de exploración y colonización), hasta la Edad de Oro de la Navegación en el s. XIX, justo antes de que la máquina de vapor, por su fiabilidad, sustituyera a la vela.
En el s. XVI el imperio otomano controlaba el comercio y tenía el dominio militar en el mar. Las galeras que formaban su impresionante armada venían a ser una evolución de los barcos de guerra de la antigüedad (desarrollo que se mueve de manera flexible desde los trirremes hasta los dromones bizantinos) y tuvieron como escenario final de su protagonismo la famosa Batalla de Lepanto, en 1.571 (que da inicio a la Era de la navegación a vela). Las galeras eran grandes barcos de guerra con remos y velas, armados con artillería. Un ejemplo más lejano de galera de esta época puede ser el barco tortuga coreano, que era una especie de acorazado antiguo. A partir del s. XVII las velas de las fragatas y de las carabelas de las distintas naciones se convirtieron en las dueñas de los siete mares. Las fragatas eran barcos de guerra más ligeros y fuertemente armados. Las carabelas eran mayormente naves de exploración y comercio (como la nao portuguesa o el dhow árabe). Y otra célebre variante del buque de guerra pero sólo a vela fue el galeón español.
Habría que dedicar al menos una publicación a hablar de la historia naval de China, pero no podemos pasar sin al menos mencionarla. A principios del s. XV los chinos construyeron una inmensa flota como culminación de una milenaria tradición de exploración, comercio y dominio del mar. Los barcos europeos eran ridículos comparados con las tremendas naves chinas. Sin embargo, es muy interesante el hecho de que durante miles de años y hasta la colonización británica el comercio en el Índico se realizó sin uso de la fuerza, de manera libre y pacífica. La gran Armada Naval china fue desmontada por razones políticas internas pero el comercio siguió floreciendo hasta la llegada del comercio armado de los europeos.
En los siglos XVII y XVIII destacan varias superpotencias. Por ejemplo, Gran Bretaña, que alcanzó el auge de su Imperio, como había hecho antes la Armada Española, gracias al control del mar. Holanda y Francia también disponían de un poder naval suficiente como para disputarse el control militar y comercial internacional. En cuanto a los grandes viajes, aunque se suela decir que en el s. XVII termina la «era de la exploración», las expediciones científicas y los viajes de exploración hasta el último rincón del planeta continuaron hasta el s. XIX. El final de la era de la navegación a vela se sitúa en la batalla de Hampton Roads, en 1862, durante la Guerra de Secesión estadounidense.
Los acorazados, los barcos a vapor e incluso los submarinos sustituyeron entonces a los barcos veleros. La navegación a vela, sin embargo, sigue siendo hoy día el vivo testimonio de una tradición milenaria que no puede ser reemplazada por ningún barco a motor. Sea cual sea el curso que tome el mundo, sean cuales sean los grandes imperios que nazcan y perezcan en el olvido de la Historia, y sean cuales sean las tecnologías que invente el ingenio del hombre para desplazarse y los recursos que utilice, la capacidad del ser humano de embarcarse hacia cualquier parte del planeta azul con la sola ayuda de sus velas y de los elementos de la naturaleza seguirá por siempre viva y siendo parte esencial de la memoria de la humanidad.