Una de las cosas que más llama la atención las primeras veces que uno se sube a un barco es que de repente todo se vuelve náutico y parece que haya entrado uno en un reino con una lengua totalmente extranjera. No hay nada en el barco que se llame como se llamaría en tierra. La botavara, la regala, la eslora, drizas y escotas, el backstay, obenques y amantillos… las cuerdas son cabos y ni tan siquiera izquierda o derecha, o delante y detrás se dicen tal cual. Si lo dices así no te entienden, y tienes que aprender qué es babor y qué estribor, y la proa y la popa, y así con todo. Se lanza uno a colaborar y te dicen algo tipo: “amolla la driza del Génova”. Y para cuando consigues entenderlo ya es demasiado tarde y te están mirando con cara de que no vales para nada.
Ya en el año 1.539, Antonio de Guevara dejó plasmado su malestar en la obra “Arte del marear, y de los inventores della, con muchos avisos para los que navegan en ellas”, y dedicó un capitulo al lenguaje náutico: “Del bárbaro lenguaje que hablan en las galeras”:
“Dichas estas libertades, y privilegios de la galera, digamos ahora la forma y lenguaje que hablan en ella: porque tan extremados son en el modo del hablar, como en la manera del vivir. Al fundamento de la galera quieren ellos que se llame quilla: y a las clavijas del palo llaman escalemos; a la cabecera de la galera llaman popa, y al cabo de ella dicen proa; a lo que nosotros llamamos costeras, no consienten ellos sino que se nombren cuadernas; y a lo que decimos borde, llaman ellos Caballeros; a la cámara sobre que está la aguja, llaman escandilar; y al camino que va de proa a popa, nombran cruxia; a donde se sientan los remeros llaman postiza; y adonde van guardadas las velas, llaman cuarteles. Quieren que la cocina se llame fogón; y al renovar la galera le digan dar carena: como decimos en nuestro lenguaje, acostaos a una parte, dicen ellos en el suyo, teneos todos a la banda; y por decir tirad de esto, o de aquello, dicen ellos a grandes voces, iza, iza; a lo más alto del mástil mandan que se llame gata; y a las garruchas con que suben las velas, se nombre topa; nosotros decimos, ésta es la vela mayor, ésta es la vela mediana, y ésta es la menor; ellos no dicen sino, vela maestra, vela mesana, vela del trinquete; a las maromas llaman gumetas, y al poste llaman puntal; a la estaca a do atan las velas, quieren que se llame maimoneta; y a la moroma con que templan las velas, dicen que se llame escota; como nosotros decimos, volved esa galera, dicen ellos ciaboga; y para decir no reméis más, dirán ellos leva remo; a la garrucha con que meten el esquife, llaman barbeta; y a lo con que carga la galera, llaman lastre; llaman al guarda ropa nochar, y al que rige la galera Comitre; por decir que navegan con buen viento, dicen que van en popa; y por navegar a medio viento, dicen que van a orza; a do se prenden las velas, llaman antena; y a la maroma con que la suben llaman candaliza; a lo que llamamos remar, dicen ellos bogar; y al sacar agua de galera llaman escotar. Mandan que a la despensa, no llaman sino pañol: y que los remeros de popa se nombren espalderes, a los que andan en el barco llaman proeles, y a la nariz de la galera asperón; al primer remero, llaman bogavante, al postrero dicen tercero; al viento Cierzo llaman Tramontana, al Abrigo medio jorno, al Solano Levante, y al Gallego Poniente: estar la galera armada, dicen estar empavesada; y cuando ella se pierde por tormentar, dicen que dio al través; no dirán ellos vamos por agua, sino hagamos aguada, ni tampoco dirán navegad a Cerdeña, sino pon la popa en Cerdeña. Esta, pues, es la jerigonza que hablan en la galera: de la cual, si todos los vocablos extremados hubiésemos aquí de poner, sería para nunca acabar.”
Por su parte, el lenguaje náutico es inagotable. Algún día hablaremos de los interminables dichos y refranes relacionados con el mar, o sobre las supersticiones de los pescadores y marineros, todo ello enmarcado en una forma de pensar y de vivir que surge de la relación del ser humano con el mar en cualquier parte del mundo. También es interesantísimo el tema de la transmisión de cultura entre los pueblos marítimos a través de la lengua. Baste quedarnos hoy con las reflexiones sobre las barreras lingüísticas que encontramos al subir a un barco.
El lenguaje marítimo es, como toda lengua, un valioso tesoro que cuidar y preservar. Hoy día hay muchos diccionarios y manuales sobre el uso del lenguaje náutico en cada idioma. El mundo náutico tiene un vocabulario impresionante, tan rico como antiguo, y lo mismo diríamos de su carga cultural. Un aspecto muy importante es el técnico: al igual que en otros lenguajes especializados, no existe la polisemia, es decir, cada palabra sirve para indicar una cosa concreta, invariablemente en el tiempo, sin espacio para el error. Para el caso del castellano, os recomiendo un artículo que podéis encontrar por internet de Manuel Rodríguez Barrientos, capitán de la marina mercante, que se llama “El habla marinera”, donde desarrolla con más profundidad este tema.
Ya sea por eficiencia comunicativa, por funcionalidad o profesionalidad, ya sea por gusto, curiosidad o ilusión, no hay término medio. Si quieres hablar no hay más remedio que aprender el idioma marinero. Como pasa cuando uno va a cualquier país sin conocer la lengua e intenta comunicarse, igual te encuentras con gente que no hace ningún esfuerzo por entenderte o por hacerse entender, o igual te encuentras con gente que se alegra de que intentes hablar su lengua y que está dispuesta a explicar. Y no hace falta decir que uno no nace enseñado. Se asimila y se domina el uso de un idioma a base de hablarlo y escucharlo. Se adquiere más vocabulario de la misma manera. Y, por supuesto, se aprende un habla, y su cultura, su saber, su historia, su forma de pensar y todo lo que lleva consigo una lengua, amándola, cuidándola y hablándola, para que siga siempre viva.